Cosas de niños
Cuando eres pequeño, tan pequeño como para que tus recuerdos sean los primeros trazos sólidos de memoria que guarda tu mente, el tiempo y el espacio son de otra manera.
El espacio es grande, muy grande. Esa casa en la que has pasado tu niñez, hasta más o menos los siete u ocho años, era tan grande como para poder esconderse en los rincones que quedaban entre los armarios (que no eran empotrados) y las paredes, como para cansarte de correr por el pasillo arriba y abajo, e incluso tanto como para jugar auténticos partidos de fútbol con tu padre o con tu abuelo cuando venía a comer los fines de semana en el salón, después de apartar ligeramente algún sillón que otro.
Cuando tu cuerpo crece y casualmente vuelves a esa casa muchos años después sientes la angustia de tu mente negándose a reconocerla como aquel lugar del que tantos recuerdos guarda. No podía ser así de pequeña. Pero lo peor es cuando no sólo crece tu cuerpo, si no que lo hace tu mente años más tarde, y sin mediar provocación alguna, esta te azuza con la nostalgia de lo que fue una infancia feliz, te hace desear volver a ella, te hace sentir la pena por los que se consagraron a ti y se fueron, y una felicidad plena por haberlos tenido a tu lado.
Cuando eres tan pequeño el tiempo, por el contrario, es lento. Los días pasan despacio, las horas de colegio son eternas. Los fines de semana son un acontecimiento familiar, y muchas veces tu humor cambia cuando el sábado está llegando a su fin, y el domingo amenaza con que llegue el lunes.
Fue entonces, un domingo de otoño que prometía ser gris y sin contenido, cuando mi padre siendo yo así de pequeño decidió que cambiaría la forma de pasar los fines de semana, por lo menos algunos de ellos.
Ese domingo del mes de Noviembre, como siempre, se levantó el primero, puso música suave de alguno de los vinilos de su enorme colección para despertar al resto de la familia y preparó el desayuno. Cuando me levanté de la cama con los ojos aún semi cerrados e hinchados del sueño que todos los niños tienen cuando se despiertan, me dijo: “Vamos a desayunar hijo, que nos vamos a ver aviones”.
¿A ver aviones? ¿Cómo que a ver aviones? En una ocasión mis padres y yo habíamos montado en avión. Fue para volar de Madrid a Tenerife y la correspondiente vuelta, pero yo era tan pequeño que ni me acordaba de la experiencia. El único testimonio de aquel viaje fueron las fotos que con los años salieron de algún cajón y que mostraban a mi madre, conmigo en brazos, bajando por la escalerilla de la cola de un DC-9 de Aviaco y con cara de haberlo pasado francamente mal. Yo por aquel entonces sólo sabía que los aviones me parecían mágicos. Unas máquinas que hacían mucho ruido, que tenían una forma misteriosa y bella a la vez, que consumaban el milagro de volar, de flotar en el aire, y que dejaban sensaciones en tu cuerpo que no sentías a bordo de cualquier otro cacharro inventado por el hombre.
En mi familia nadie se había dedicado jamás a la aviación, lo más cercano era mi tío, que trabajaba en una agencia de viajes. Pero mi padre sentía una atracción natural hacia los aviones. Movido quizá por sus inquietudes, ya que como todo buen ingeniero sentía debilidad por las máquinas complejas y precisas. Pero además ahora sé que no sólo le movía el mero interés científico, sé que sentía ese “yo que sé qué” que los amantes de la aviación sentimos hacia todo aquello que se eleva en el aire por unos medios u otros.
Dicho y hecho. Después de desayunar y de que mi madre prepara unos bocadillos para media mañana, por si nos entraba hambre, estábamos listos para comenzar una aventura que poco a poco marcaría el resto de mi vida, y la de los que me han rodeado desde entonces.
Cogimos el ascensor y bajamos desde la séptima planta del bloque de pisos hacia la calle, y pronto estábamos a bordo del Citroën GS Palas de color rojo. Comenzamos un viaje por un Madrid muy distinto al de hoy en día, sin grandes carreteras de circunvalación ni autovías de cuatro carriles, en el que reinaba la paz al ser domingo, una imagen muy diferente a la que ofrecía cualquier día entre semana a esas mismas horas. Circulando por una primitiva M-30 llegamos a una zona de Madrid que yo desconocía. A la izquierda se podía ver la Plaza de Toros de Las Ventas, y algo más adelante a la derecha, se veían algunos edificios de reciente construcción que parecían salidos de una película del espacio. En sus fachadas colgaban los logotipos de algunas de las marcas de electrodomésticos de la época. Se trataba de la ampliación de la Avenida de América, y era una de las zonas de más expansión e inversión de Madrid a finales de los 70 y principios de los 80. Al coger la Avenida de América desde la M-30 vi que nos adentrábamos en una carretera llamada “Nacional II”, camino de la nada. Un par de puentes y algunos edificios en una zona de Madrid que entonces eran la afueras, el campo, el extrarradio. Algo después, una gran explanada, un terreno enorme se abría a la izquierda, se trataba del antiguo Barajas, pero yo aún no lo sabía. Poco después, mi padre tomó la salida hacia San Fernando de Henares, pero en vez de adentrarse en el antiguo pueblo de el corredor del río Henares, tomó el puente que pasaba sobre la carretera e hizo un cambio de sentido, volvíamos a Madrid. Justo al salir del puente, antes de incorporarse de nuevo a la Nacional II en sentido contrario dejábamos a la derecha la entrada a La Muñoza, y el restaurante “Las Moreras”. No sé por qué, pero por alguna razón ese restaurante y la pancarta que colgaba de los portones de entrada a su aparcamiento para clientes, y que prometía “Las mejores chuletas del mundo”, han quedado grabados para siempre en mi memoria.
Un kilómetro más allá, mi padre salía de la Nacional II y tomaba un camino de tierra muy bacheado (de esos que hoy en día ya no existen en las riberas de las grandes autovías) justo al pasar al lado de un taller de reparación de neumáticos. Paró momentáneamente y ajustó el futurista sistema de suspensión del Citroën en la posición de máxima altura, para no rozar los bajos del coche. Conduciendo lentamente llegamos a una bifurcación. En la rama de la izquiera, había un cartel de indicación de dirección que decía “Centro de Capacitación de IBERIA”, pero él tomó la rama de la derecha. Poco más allá, esquivando agujeros y baches, llegamos a una verja metálica que bordeaba el camino a derecha e izquierda. En la de la derecha había un trozo de madera colgado sobre el que, con pintura blanca, alguien había escrito “COMPRO CHATARRA”. En la de la izquierda, un cartel de metal, de aspecto mucho más serio e imponente rezaba: “Zona Aeroportuaria, Prohibido el Paso”.
El camino se abría paso entre ambas verjas por espacio de unos 100 metros, y al llegar al final, daba paso a una explanada en la que no había nada, y por la que se podía avanzar unos 200 metros más, hasta llegar a una nueva verja que sin duda era el final del camino. La explanada, por la época del año, estaba cubierta de hierba salvaje y verde, a excepción de los caminos yermos que los coches que la frecuentaban habían arrasado poco a poco a su paso. Al llegar al punto donde no se podía continuar más allá, mi padre puso el freno de mano, paró el motor del coche y dijo: “Hemos llegado”.
Ir a ver aviones era una de las cosas que más podía desear en ese momento, algo nuevo, diferente, emocionante. Las ventanillas de las puertas delanteras estaban ligeramente bajadas, de manera que cuando por fin se detuvo el motor del viejo Citroën llegó el sonido del exterior de manera nítida hasta dentro del coche. «¿Pero qué es esto?». Lo único que llegó a mis pequeños oídos en ese momento fue el susurrar de una suave brisa y el canturreo de un pajarillo que por lo visto estaba contento de que fuera domingo. Eso, junto a la aparente y total ausencia de aviones en los alrededores, hizo que le dedicara a mi padre una de esas frases contundentes y sinceras que a veces los niños les dedican a sus seres queridos, estremecedoras, aplomadas y cargadas de razón: «Papá ¿Dónde están los aviones?»
Ambos tenían ese día las pilas de la paciencia bien cargadas, de forma que no me contestaron. Iba sentado en el asiento trasero izquierdo y con la estatura propia de un niño pequeño no tenía perspectiva de lo que había fuera. Mi madre abrió su puerta, pero yo tuve que esperar a que mi padre, una vez hubo bajado del coche, abriera la mía. Entonces fue cuando recibí el primer impacto, el primer bofetón, la primera sacudida. Con el coche apuntando hacia el Este lo primero que vi fue la pista 33 de Barajas casi en toda su extensión. Estaba ahí, casi podía tocarla, y por alguna razón tenía todas las luces encendidas. La cabecera, que entonces no estaba desplazada, estaba a escasos 200 metros del coche y entre ella y yo lo único que había era una casita similar a un chalet, pero con las paredes pintadas a cuadros rojos y blancos en la que alguien debía de vivir o trabajar, porque en una de sus ventanas colgaban varias macetas llenas de enorme y floridos geranios de color rosa y rojo. El impacto fue tal que aquel niño se bajó del coche gritando de emoción, impresionado por cada detalle de todo aquello que veían sus ojos, y que tanto desconocía por aquel entonces.
La desesperada ansiedad por recoger tantos datos como pudiera en el menor tiempo posible duró poco. Como una voz que venía del más allá, y que rompía mi concentración, por fin, escuche a mi padre: “¡Que viene un avión!”
Me di la vuelta y miré hacia donde estaba él, justo hacia la prolongación del eje de pista. Busqué en el cielo, pero no vi nada. “¿Dónde está Papá?” “¡Allí!”
Por fin, siguiendo su dedo, vi una luz en el cielo. Sé que en ese fatídico día, en ese preciso momento, mi vida quedaría determinada para siempre por un sueño, por una pasión, por un anhelo. Un sueño que a pesar de haber alcanzado sigo teniendo, cada día. Porque hablamos de una profesión que ha pasado de llamarse “Aviador” (lo que implica sueños y aventuras) a llamarse “Piloto” (lo que implica, para muchos, que eres el conductor de un autobús que va por el aire). Una profesión vilipendiada y castigada por una opinión pública que es presa de unos mitos que no existen, por mucho que algunos “pilotos” con su prepotencia y altivez insistan en retenerlos. Una profesión desmitificada hasta el punto de dejar de reconocer, en su justa medida, su importancia y la necesaria (que no siempre existente) preparación para ejercerla. Una profesión hacia la que a muchos nos ha movido el corazón, pero que en absoluto depende de éste. Una profesión revestida de la más feroz competencia, crueldad e injusticia, y que acarrea consigo un desarraigo y un desapego que tiene su inevitable consecuencia en los tuyos, y en tu vida. Aquel día, opté por todo ello, por lo bueno y por lo malo, pero yo no lo sabía.
No podía apartar los ojos de aquella luz, que poco a poco se iba separando en tres luces diferentes. Aquella situación conjuntaba ansiedad de saber, inquietud, misterio y hasta un poco de incertidumbre. Me agarré a mi padre. Es lo que hacen los niños cuando va a suceder algo que no conocen, que no controlan o que les produce miedo. Yo no tenía miedo, pero ver tres luces que se dirigían directamente hacia mi, acompañadas por un leve silbido que poco a poco iba en aumento me producía a la vez una emoción indescriptible y una leve inquietud.
Miré a mi padre. Le miré fijamente a la cara, y vi cómo él compartía todo lo bueno de mis sensaciones. La emoción del momento y las ganas de ver un avión volando tan de cerca se hacían patentes en su mirada emocionada, que no apartó del avión ni un solo momento. Aquello estaba cada vez más cerca y ya se podía distinguir su forma, el silbido iba en aumento. Unos segundos más tarde le oí gritar “¡Es un Coronado!”. Por supuesto yo no tenía ni idea de lo que era un “Coronado” pero diez segundos más tarde pasaba sobre nuestras cabezas, con un ruido ensordecedor, muy bajo ya que el umbral de la pista aún no había sido desplazado, un reluciente Convair Coronado (también conocido como «Connie») de Spantax, llegando de alguno de la infinidad de vuelos chárter que la compañía hacía por aquella época. No aparté la mirada ni un instante. Pude ver con detalle el avión, pasando sobre mi pequeña cabeza, mientras el ruido de sus cuatro motores atronaba mis oídos y mis sentidos.
A los pocos segundos lo vimos llegar a la cabecera de la pista. Justo en el momento en el que hacía la recogida para posarse sobre la 33 de Barajas llegó a mi otra sensación que nunca se borrará de mi mente: El olor del JP-4 quemado en los cuatro reactores del Connie. Mientras el olor penetraba en mi y se fijaba como parte inseparable de todo aquello en mi memoria, vimos como el Connie rozaba sus neumáticos contra el asfalto, produciendo la consabida nube de caucho quemado.
Ese olor, con los motores y combustibles modernos, ha desaparecido de la aviación comercial, pero siempre permanecerá dentro de mi.
Mientras el avión desaparecía detras de la ligera curvatura que tiene la pista en su carrera de frenado, aparté la vista y miré a mi padre. En su rostro había dibujada una sonrisa de satisfacción, de emoción, y de ansiedad porque llegara el siguiente.
Bajé algo la vista y después del rato que llevábamos allí me di cuenta de que no estábamos solos. Había no menos de diez coches, abiertos de par en par, con sus correspondientes familias pasando la mañana del domingo de la misma manera que nosotros: Viendo aviones. Muchos de ellos incluso habían traído la mesita de campo, que estaba tocada en algunos casos con el típico mantel de algodón a cuadros marrones y blancos. Algunos iban más allá, y contaban con sillas de campo e incluso la comida, almacenada pulcramente en los “tupperware” de la época. No, no estábamos solos. Aquello no era ninguna locura. Había más gente que, por una razón u otra, se acercaban a la aviación por el mero placer de hacerlo, en su tiempo libre.
Pronto escuché ruidos extraños. Se trataba de algunos de nuestros compañeros de afición. Tenían unas radios especiales, muchas de ellas radios de FM de la época modificadas, mediante las que podían escuchar las conversaciones entre los pilotos y los controladores, y las ponían con el volumen adecuado para que todos lo escucháramos. ¿Controladores? ¿Qué era eso? Cuando mi padre me lo explicó, de forma muy resumida, me di cuenta de que quería aún con más ganas, acercarme a todo lo que me rodeaba en ese momento.
Recuerdo perfectamente que en las tres o cuatro horas que pasamos allí no aterrizaron más de nueve o diez aviones. Aparte del Connie pudimos ver algún DC-9 de Iberia y Aviaco, un Caravelle de Hispania, un BAC One-Eleven de British Airways y un espectacular, majestuoso e imponente Jumbo de Iberia.
En los meses y dos o tres años sucesivos, aquellas mañanas de domingo se repitieron con cierta frecuencia. Cada vez que llegaba el día, la emoción inundaba mi casa. Llegamos a pertrecharnos con prismáticos y hasta con un viejo transistor de FM que mi padre modificó con una bobina acoplada que modificaba la frecuencia intermedia del mismo y la desplazaba hacia la banda aeronáutica.
Las cosas de la vida hicieron que no volviéramos en mucho tiempo, hasta que con el paso de los años, de muchos años, convertí aquel lugar en un sitio de reposo para mi. Cuando podía, siempre que podía, cogía mi Renault 5 y me iba allí, a ver aviones, a recordar aquellas sensaciones, que me daban una perspectiva de la vida y del futuro, a respirar el cada vez más escaso olor a combustible quemado y a escuchar el cada vez más sutil y suave ruido de los motores de los aviones.
Hoy soy yo el que, desde hace años, pasa por encima de aquella verja. El restaurante “Las Moreras” sigue existiendo, pero ya no tiene aquel cartel de propaganda de sus chuletas de cordero. De hecho aquel lugar está cerrado y es presa del avance de las zarzas que nos dan el fruto que a su vez le dio el nombre. El camino de tierra está cerrado por un guardarraíl doble que impide su acceso, y el taller de reparación de neumáticos se cae a trozos, ya que está en ruinas. Aquella explanada se ha convertido en varias carreteras de acceso a una rotonda que distribuye el tráfico desde San Fernando hacia la zona industrial del sur de Barajas, y ha desaparecido. Pero siempre, siempre que paso sobre aquella verja, aproximadamente 15 segundos antes de tomar tierra en la actual 33L de Barajas, miro hacia abajo, y me imagino a todas aquellas personas que pasaban sus domingos allí mirando al cielo emocionadas, esperando al próximo avión, escuchando sus viejas radios trucadas, haciendo alguna que otra foto con antiguas cámaras Reflex de toda la vida, o simplemente viendo aviones. Entre ellos estábamos mi padre, mi madre y yo.
Y miro hacia abajo para recordarme a mi mismo que he cumplido un sueño aunque ese sueño no haya resultado ser exactamente lo que siempre imaginé. Para no olvidarme de que a pesar de todo lo que me he dejado en el camino, como muchos otros, estoy ahí, donde siempre quise estar.
Has descrito la infancia de una manera precisa …y preciosa….
Me has hecho volver muchos años atras y recordar esas sensaciones…
Gracias por el «vuelo» al pasado….
Sólo he tenido que cambiar «avión» por «tren» para describir mi infancia. Y vosotros me estáis metiendo el gusanillo de la aviación a mis 22 años :-P.
Me gusta mucho el estilo de estos posts, seguid así.
Impresionante… he sentido toda la emoción… Muy bonito..
Me ha encantado, enhorabuena! Me gusta mucho como escribes, seguid así.
Saludos!
A partir de ahora, siempre que aterrice en la pista 33L de Barajas (en el flight simulator, claro) me acordaré de ti.
Muchas gracias los posts, son impresionantes
¡Sencillamente maravilloso!
Me he identificado al 100% con todo lo que describes, ya que tengo la suerte de pertenecer a la generación del «baby boom» de los 70, y he vivido exactamente lo mismo además de interminables mañanas de domingo practicando aeromodelismo.
Es una pena que situaciones tan sencillas, emotivas y entrañables tiendan a desaparecer en este mundo cada dia mas deshumanizado y carente de principios para la nueva gente joven que lo tiene todo y ya no sabe apreciar nada.
Hacen falta testigos como tú, que mantengan viva la memoria de una época que sin duda ninguno de los que tuvimos el privilegio de vivirla, jamas olvidaremos.
Esa carga de humanidad es la que hace a este blog diferente, y sin duda lo que hace que realmente nos enganchemos en cada publicación.
Enhorabuena, y por favor, continua con la estupenda labor de divulgación que llevas a cabo.
Impresionante. Has descrito las emociones al 100% de todos los que amamos éste mundillo. Realmente muy emotivo.
Felicidades, ¡sigue escribiendo!
Plas, plas, plas…
Me has dejado al borde de la lagrimita. En mi caso era en LELL y con mi abuelo. Y Pipers como mucho. Nada de jumbos, que aqui no caben 🙂
Me uno a los que te animan a seguir porque aun no he leido nada tuyo que no me haya gustado.
Yo tambíen era niño en aquellos años y también he ido a ese sitio que describes muchas veces, y aún sigo yendo.
Gracias por tu historia.
Increíble el nivel de detalle de la historia, muy muy bien redactado!!
Y de lo que cuentas… casi se me salta una lagrimilla! La verdad es que yo también me acuerdo perfectamente de mi primer día de spotting, pero no fue para nada como el tuyo. Yo sólo, con mi bici, a 8km de casa y esperando 4 horas a que saliera un B747 de Global Supply Cargo. Obviamente te hablo de hace 5 o 6 años, ya que yo soy de finales de los 80.
Un abrazo y a ver si algún día me cruzo contigo por algún lado, ya que me gustaría conocerte en persona 😉
Slds!
A mí me has recordado algún momento especial de mi infancia y un momento concreto de mi vida muy triste y superado (creo) que hizo conmigo lo contrario de lo que pensaba todo el mundo que haría, acercarme más aun a la aviación…. que me la inyecten en vena.
«Fantástico» tiene diez letras ¿no?… pues eso, un 10 como una casa(de cuadros rojos y blancos y geranios para aburrir)para un recuerdo tan bonito como bien escrito.
Canalla, canalla, canalla, canalla….
!Qué envidia¡ Como tantos otros yo he vivido lo mismo pero a mi manera, a mí nunca me ha llevado nadie ni nadie cercano a mí ha entendido nunca esa afición. Por eso envidio un poco no haber tenido alguna vez una situación como la describes… si mi familia hubiera sido así incluso puede que me hubiera dedicado profesionalmente a la aviación.
Me han vuelto, como de golpe, todos esos recuerdos que permanecian ocultos, y de al borde de la lagrimilla nada, lagrimón.
He sentido absolutamente cada frase, como si estuviera alli, y el olor a queroseno quemado ha vuelto a mi, tan intensamente, que me he emocionado.
Te felicito, estos post son los que hacen que los que no hemos cumplido aún nuestros sueños, sigamos dando tumbos hasta que los cumplamos.
Has descrito una parte muy importante de mi infancia, aunque debería cambiar «Citroën GS Palas de color rojo» por «Renault 12 S Familiar blanco». Me he pasado media niñez en esos descampados que rodean el aeropuerto, y media adolescencia, mientras mis amigos se emborrachaban en cualquier parque.
Gracias por devolverme a la infancia.
Que casualidad.¡ Yo he hecho lo mismo en la cabecera 35 de Lavacolla con mis hijas. Ya tenía 30 y pico y solo conseguí el Privado. Pero aun hoy, si hay sueltas de comandantes, voy a la cabecera. Ser aviador es mi profesión frustrada, ,quizá en la otra vida.
increíble!!!, me gustan mucho estos posts, cada uno de ellos echan a volar nuestra imaginación como solo pocos libros de novela de grandes escritores lo hacen, felicidades!!!!, x favor, no parar!!!!!!!!!!!!
Estupendo desde luego! Escribes muy muy bien, eso hace que la historia mejore mucho!!!
También me siento identificado, pero cambiando el aeropuerto por Tenerife Norte y la pista 30. Viendo el Dc-9 de Binter Canarias, el 727 de Iberia que iba a Barcelona y el A300 a MAdrid… ainss jeje
Quizá seria bueno acompañar esta historia, así como la de El Simulador, por unas pocas fotos de una cabina (en la del simulador sobre todo), para que la gente se situe. Los que habemos visto cómo es seguro que nos estábamos imaginando cómo intentabas tapar el sol, pero igual el que no, estaba un poco perdido. Y es que le he dado el enlace del fantástico texto a unas cuantas personas no aficionadas a la aviación y les ha encantado !!!!
Un saludo y gracias por escribir esto.
Marcos Dguez.
Emocionante!!!
Me recordó gran parte de mi adolescencia y juventud.
Casi lo mismo, pero en Rwy17L de SCEL, Santiago de Chile. Aún sigo visitando aquel lugar.
He cumplido mi sueño, soy piloto privado.
Un abrazo.
Excitante y emocionante, a mi me ha hecho recordar mi niñez también, muchas gracias
Pues la sensación que me dió a mi leer todo esto viene siendo parecida a la que tuvieron las personas de comentarios anteriores, una sensacion casi de soltar la lagrimita…
Yo echo de menos no tener también una familia con gusto por los aviones, el único recuerdo aeronautico en familia es subir a una terraza de Gatwick con unos tíos, pero nunca tendré tampoco a nadie que me anime a dar el paso, al contrario me dirían que estoy loco. Pero no por eso pienso cambiar mi forma de pensar, mi sueño desde los 5 años.
Dicen que la vida es lo que transcurre entre sueño y sueño. Con tus sueños, pasados y presentes, das vida. Que sepas, chiquitín, que eres una ONG volante. Aunque otras veces pienso que eres mi sombra, y que se manifiesta utilizando tu cuerpo, como en Ghost (la película).
Forrest Gump estaba equivocado al decir que la vida es una caja de bombones, y que nunca sabes cuál te va a tocar. Tus bombones están cada vez mejor, canalla.
No encuentro cosa material en el mundo para recompensarte. ¿Te vale mi admiración? Ahí va…
¿Para cuándo crear el premio «Aeroplaneta» al mejor escrito de divulgación de la aviación del año? Cuando nuestro Copac se decida a promoverlo, me desnudaré sin reparo en la sala de firmas de mi compañía para hacer campaña a tu favor.
Es muy emocionante que algo que tu has escrito, que te ha salido desde lo más profundo, provoque algo en los demás. Si encima ese «algo» es ternura, emoción, nostalgia, pena, alegría, cariño, una lágrima… recuerdos… reconforta doblemente, porque significa que ha llegado al mismo sitio del que salió, pero en otra persona.
Mil millones de gracias A TODOS por vuestros comentarios, aunque permaneciera aquí, agazapado, leyéndolos con atención 🙂
Cristina. Aún no logro encajar tus palabras. Jamás pensé que tuviera el DON de emocionar a alguien de esa manera. Gracias por tu admiración, pero estoy seguro de que no la merezco… Me basta y me sobra de largo con tus palabras, que han llegado al mismo sitio que «Cosas de Niños» haya podido llegar dentro de ti. Un MILLON de gracias.
… Y feliz año nuevo a todos …
Xpndr
Muy buen relato, me llevo casi 22 años atras cuando mi padre me llevo a al Aeroparque Jorge Newbery en Buenos Aires, de ahí en más cada fin de semana me preguntaban que queria hacer y yo decia ir a ver aviones, llego un punto donde mi mama no venia, mas pero yo iba con mi papa como si cada vez era la primera! Nos vemos en el aire!
Increible…
Has conseguido catapultarme a mi también a principios de los 90, y recordar cuando mi padre me llevaba al antiguo aeropuerto de Bilbao a ver aquellas mágicas máquinas que surcaban los cielos…
Un relato francamente emotivo, y que hace llegar cada pequeña sensación que viviste en tus inicios en este nuestro mundo, hasta lo mas hondo de cada uno.
Me descubro ante usted caballero. Un relato simplemente genial.
Enhorabuena y sigue escribiendo asi!
Un saludo!
Solo decir que fantastico, revivo cada dos por tres en Malaga estas experiencias con mi hijo de siete años, al cual le fascina este mundo, y todo lo que le rodea. Pasamos horas interminables escuchando las radios y viendo aviones. Muchas Gracias.
Me has dejado sin palabras y realmente conmovido al recordarme una etapa de mi infacia muy feliz junto a mi padre.
Yo también veo a diario esa valla y revivo mis sueños de la niñez.
Realmente fantástico relato.
Muchas gracias.
Heme aqui a mis 46 años y deseando con toda mi alma haber sido piloto…no pude; y sin embargo, vuelo con cada historia que ustedes cuentan y mi alma encuentra un poquito de paz en cada relato que leo….
Dios los Bendiga !!!
En primer lugar felicitar al autor por el post. Me ha emocionado.
En segundo lugar cito un comentario (de Salva):
«Yo tambíen era niño en aquellos años y también he ido a ese sitio que describes muchas veces, y aún sigo yendo.
Gracias por tu historia.
Dejado por Salva, 13 Diciembre 2007 a las 19:52 UTC»
Pregunto ¿hoy en día en Madrid se puede «ir a ver aviones»?. Por cierto, yo me acuerdo a ver ido alguna vez con mi padre, pero a la terraza del aeropuerto, cuando todavía había terraza. Por cierto, ¿por qué no ponen una terraza? Con el buen clima de Madrid sería una buena idea ¿no?
Muy, muy bueno y bien escrito. Gracias.
Yo tambien guardo muchos recuerdos de esos, pues con mis 15 ó 16 años me pasaba los domingos por la tarde viendo aterrizar y despegar aviones DC3 y mas tarde los DC9 en la terraza del aeropuerto antiguo de El Prat en Barcelona, con una botellita de las antiguas coca-colas y disfrutaba de esa sensación de volar y que por circunstancias de la vida de aquel momento no he podido realizar mi sueño de haber sido piloto, hoy día me conformo con disfrutar de la simulación es a lo máximo que puedo llegar a realizar con mis 59 años.
Muchas gracias por contar tus vivencias tan entrañables.
Me has hecho llorar, emocionarme recordar mi niñez con mi padre en mi caso en LEBA aeropuerto de córdoba. Con el unico avion de linea comercial que aterrizaba aqui un viejo
FOKKER 27, aún suenan en mis oidos sus impresionantes motores a la luz del sol del atardecer. esos recuerdos estaran siempre en mi memoria, yo tampoco pude cumplir mi sueño, pero al menos lo intento compensar con la simulación
aunque los demas nos tachen de ilusos, y no entiendan lo que de verdad nos mueve, y que tu has descrito a la perfección, gracias de corazon.
Hola compañero, lo importante es saber recordar los momentos con la misma intensidad que se vivieron y es aca donde nos haces gala de aquellos recuerdos tan tuyos, que ahora por gracia son nuestros, y nos haces volver a aquel pasado tan cargado de nostalgia y de calidez, que al terminar de leer tu relato senti como un escalofrio inundaba toda mi mente y volvi a sentir lo bello que es el mundo de la aviación y a sentir como los recuerdos son lo unico que queda en un mundo sin parar.
Gracias de corazon.
axlguti
ICW109
Tu relato me ha tocado profundamente, puesto que yo era (y aún soy) uno de aquellos «locos» provistos de radio y cámara, que acechaban a los aviones en la cabecera de la 33. Mi afición venía de mi padre, que trabajaba en Iberia, y era yo quien le daba «la paliza» con que quería ver los aviones hasta que conseguía que me llevase a Barajas, a su trabajo. Mis primeras escapadas, ya en solitario (o un puñado de «perjudicados» como yo), fueron exactamente las que describes, punto por punto. Muchos años despues, aún sigo «sufriendo» la picadura de ese extraño virus. Soy un spotter, un tipo que pasa sus ocios respirando humo de JP4 y fotografiando aviones por los cinco continentes, de Barajas a Bangkok. Trabajo en esto, así que mi vida son esas bellas y maravillosas máquinas. Nunca estoy lejos de ellas. Por eso me ha emocionado tu escrito. Es una parte de mi vida, precisamente la más determinante. Definió quién soy ahora. Gracias por el espejo que has puesto ante mis ojos.
Emocionante y apasionante. Has descrito de forma magistral esa emocion que nos embarga a todos los aerotrastornados y ese momento que todos hemos vivido, aunque algunos no lo recuerden en que las máquinas que vuelan se apoderaron de nosotros.
Gracias por describirlo tan bien.
Hola! como otras tantas personas que han escrito comentarios, me he sentido muy identificado con este relato, recordando cómo desde pequeño le daba la tabarra a los compañeros de clase sobre aviones, a los maestros sobre mi «futura profesión» (y ellos reian) y a mi abuelo para que me llevara al aeropuerto de san pablo a la antigua cristalera los domingos para ver los aviones, o también cuando me vestia de piloto para jugar al flight simulator o ir a pistas de ultraligeros los domingos para que con cara de pena consiguiera un paseo…ese era el comienzo de mi sueño, que en mi como muchos es innato, porque nadie de mi familia es piloto. Y hoy en dia con 20 años se ha cumplido un porcentaje, puesto que soy piloto privado y ahora estoy en puertas de presentarme al ATPL con una escuela de Córdoba (Ucoaviación) y que con intriga pienso en el futuro e intento buscar la maxima información de gente como vosotros y de leer historias tan buenas como las tuyas para saber más y más y algún día vea yo a pequeños niños a través de las cristaleras con cara de felicidad y recuerde con una sonrisa mi pasado.
Enhorabuena por esta página, me teneis sin poder acostarme leyendo uno tras otro!!
Un saludo
Wow, sin palabras. Felicidades por tan lindo post. Me recuerdan allá por 1996 cuando tenía 6 años, mi abuelo me llevaba al aeropuerto de Tucumán, en Argentina a ver los viejos 737-200 de Aerolineas Argentinas y el 727 de Lloyd Aereo Boliviano. Hoy en día, con 17 años estoy por terminar mi curso de piloto privado y espero algún día, aterrizar en el Aeropuerto de Tucuman como piloto, y recordarme a mí mismo en esa terraza junto con mi abuelo.
Me ha encantado tu historia, sobre todo el momento en el que hablas de ese «no se que» que a mis 24 años sigo sintiendo cada vez que veo o me subo a un avión. Toda mi vida he soñado con ser piloto, sueño que por suerte o por desgracia, nunca he conseguido cumplir 🙂
Por favor, continúen escribiendo historias!
Lo has escrito tu, pero eso es exactamentemente lo mismo que yo sentía esos mismos años en la explanada de la vieja (sin desplazar) 33 de Barajas. Yo no pude llegar a ser piloto pero sigo aerotrastornado hasta la médula.
Aquellas mañanas de sábado llendo en el 115 o con la bici GAC…
GRACIAS!!
Ni mi sueño era ser piloto, ni me fascinaban los aviones más allá de la «curiosidad». Tampoco dejar comentarios de los cientos de historias (normalmente estériles) que leo.
Y sin embargo he podido viajar atrás en el tiempo para verte allí, sacar el niño que todos tenemos (el preámbulo de la historia es sublime), y emocionarme viendo como tú también lo hacías. Gracias y enhorabuena.
Tienes un don y un seguidor más.
Increible relato, conmovedor y real, casi suelto el llanto, lo que me detuvo fue que estaba en la oficina y logré detener las lágrimas.
Qué narración tan extraordinaria y la descripción de esos sentimientos que tenemos quienes nos apasionamos de tan solo escuchar cualquier máquina voladora.
Felicitaciones y gracias por tan emotivo relato.
Eso mismo hacía yo con mis hijos y mi Citroen Break en el aer. de Alicante a principios de los años 80’nos pasábamos los domingos por la tarde en sus alrededores y el día 1 de enero por la mañana temprano para ver los carrouseles que formaban ¿estaban entrenando?; de entonces data mi afición al fs, empecé por el 3 y hoy vuelo en el fsx. ¿ha y al aerodromo de Muchamiel, donde alguna vez volé con alguno que le faltaban horas y pagabamos a medias¿tiempos¡¡
En la actualidad mi hobby es la aviacion y aunque no tuve la fortuna de ser un piloto real, al menos y gracias a la tecnologia e pasado horas frente a un programa de simulacion virtual, leyendo y aprendiendo cada dia mas de este fascinante medio.
En su relato Capitan, me hizo recordar cuando de pequeño y en compañia de mi padre,disfrutaba a bordo de su camion de carga en algun lugar del sureste de Mexico, y de como el ruido de la maquina y el olor a diesel por la mañana ha quedado tatuado en mi memoria.
Hoy las cosas han cambiado y mi padre ya hace un año que se gano sus alas y esta en el cielo.
Gracias Capitan por hacerme recordar los buenos momentos.
Mis respetos y admiracion hacia usted
Pedro Contreras D.
Mexico, DF
SURAIR Mexico http://www.surair.net
Acabo de leer tu entrada y casi me emociono! No porque la época que tú describes sea la misma, pero sí las sensaciones…
En mi caso, no es que mis padres tuviesen ninguna debilidad especial por los aviones, pero a mí no sé qué me pasó, que sí. Tuve la suerte de hacer algunos viajes de pequeña en avión, y con 7 años ya tenía una colección de recortes sacados de las últimas hojas de las revistas en las que venía la flota de las compañías. Me sabía todos los que tenía, alcance, envergadura… A partir de entonces, me pasé muchos domingos por la tarde de fines de semana que no íbamos al pueblo pidiendo ir al aeropuerto (LEVX) para ver los aviones (que tampoco eran tantos).
Y desde entonces hay algo en los aviones que me atrapa. Da igual que sea viajando, que verlos desde fuera, me siguen atrayendo igual que el primer día. Y aunque terminé de estudiar otra cosa, no descarto en algún momento dejar todo, a pesar de que no sea fácil, y dedicarme realmente a lo que me gusta.
Muchísimas gracias por este y los otros posts, que ya había leído hace tiempo y vuelvo a releer ahora. Ojalá los volvieseis a retomar!
Bonito relato!
Sólo una puntualización: el popularmente conocido como «CONNIE» no era el Convair Coronado, sino el Lockheed Constellation.
un saludo
Arturo